martes, enero 15, 2008

El Almanaque Nº 3029 15-01-08

EL CALENDARIO, PROFESIÓN DE FE

No erraríamos en exceso si afirmásemos que si las distintas culturas tienen calendarios distintos no es tanto porque tengan una visión distinta de la astronomía, o porque sus cálculos matemáticos sean sustancialmente distintos. No está ahí, sino en la religión, la clave de la diferencia de unos calendarios con otros. Incluso es razonable pensar que las opciones astronómicas y contables están supeditadas a razones totalmente ajenas a la correcta construcción del calendario.

Para no salirnos de nuestra cultura, tenemos justo el mes de febrero, que es más cojo de la cuenta (con 28 días los años normales, y 29 los bisiestos), porque el emperador Augusto, en cuyo honor se dio el nombre de Agosto al octavo mes del año, no quiso ser menos que Julio César, en cuyo honor se llamó Julio al séptimo mes del año, y mandó que se hiciese agosto de 31 días, igual que julio.

¿Que con eso se rompía el diseño inicial de la alternancia entre meses de 30 días y meses de 31? Bien poco les importaba eso; como poco les importó que el noveno mes se llame séptimo (septiembre); el décimo se llame octavo (octubre); el undécimo se llame noveno (noviembre); y el duodécimo se llame décimo (diciembre), cuando les hubiese bastado colocar los meses y los nombres de julio y agosto al final del año, para que se hubiese mantenido la coherencia entre el nombre y el orden de los meses que llevan incorporado el respectivo ordinal en su nombre. Pero si la consagración de esos dos meses a los grandes emperadores era un acto de culto, no iban a elegir dos meses cualesquiera, sino precisamente los que estacionalmente caen en la época más propicia para fiestas y festejos. Tanto es así que en esos dos meses se da la mayor concentración de fiestas mayores y vacaciones.

Razones religiosa fueron también las que determinaron la intercalación en nuestro calendario, de carácter solar, de la fiesta de Pascua en régimen de calendario lunar. Es evidentemente un parche que atenta contra el espíritu regulador del tiempo que inspira todo calendario. Con la movilidad de la Pascua, quedan bailando también cada año los Carnavales, la Semana Santa, la Segunda Pascua y las pequeñas vacaciones ligadas a estas fechas. Y eso es así porque en cualquier calendario, y por supuesto también en el nuestro, las razones religiosas son mucho más poderosas que cualquier consideración civil.

Es que, a poco que nos fijemos, caeremos en la cuenta de que nos regimos por un calendario religioso; más aún, eclesiástico. Empezando por los domingos (que son la razón de ser de toda la semana) y continuando por todas las demás fiestas. Todas las señales que hay a lo largo del recorrido de los días, todos los mojones que nos marcan el camino, son religiosos. Porque al final, lo más importante de un calendario, aquello que lo justifica, son las calendas, es decir las lecciones de vida que contiene: un calendario es siempre una incitación a vivir de determinada manera.

Vivir en un calendario no es únicamente vivir en una determinada cultura, sino también en su religión. Tan acostumbrados estamos al agua en que nadamos, y al calendario por el que nos regimos, que ni siquiera percibimos su carácter eminentemente religioso. Uno de otra cultura es lo primero que ve en un calendario. Por eso todos los calendarios salen de los templos y llevan a los templos. Esto que se muestra como una obviedad a poco que se analice cualquier calendario, es preciso explicitarlo en épocas agnósticas.

Afortunadamente ha remitido el anticlericalismo iconoclasta que arremetía contra todo lo que recordase la religión, y hoy se están restaurando muchas celebraciones de nuestro calendario con el mismo interés y rigor con que se restauran construcciones antiguas, que tienen valor por sí mismas con independencia de quién y con qué fines los instauró. No es ese el caso de la Revolución Francesa, que en plena guerra contra el sistema estamental y contra sus cimientos ideológicos, se propuso arrasar con todo, empezando por las cabezas, que segaba a guillotina. Y queriendo arrancar el árbol hasta sus mismas raíces, no podía dejar intacto el calendario, porque lo percibió como un gran depósito de doctrinas e inductor de conductas contrarias a la Revolución.

Mariano Arnal

Artículo extraido de la edición del Almanaque Martes 15 de Enero de 2008