jueves, febrero 14, 2008

SAN VALENTÍN LA GRAN CALENDA DEL DÍA

SAN VALENTÍN LA GRAN CALENDA DEL DÍA

En los calendarios hay fechas que destellan con luz propia, como decía la canción de los tres jueves del año que relucen más que el sol. Y como en el firmamento, mientras unas estrellas aumentan su brillo, otras se apagan. No hay duda de que San Valentín es en los calendarios occidentales una estrella ascendente que se está acercando cada vez más al cielo del humilde Sant Nicolaus, ascendido a la categoría de Santaclaus. Ésta es una de las muestras más paradigmáticas de que lo importante no es la entidad del santo patrón, sino la entidad de aquello que patrocina. Y del mismo modo que a Sant Nicolaus le tocó en suerte patrocinar los regalos de Navidad, a San Valentín le ha caído en suerte patrocinar el amor de las parejas. Está más claro que el agua que no es el santo el que hace la celebración, sino la celebración la que hace el santo.
No es san Juan quien hace grande el solsticio de verano; sino que es éste, muchísimo más antiguo y venerable, el que hace grande al santo. Y otro tanto ocurre con el de invierno, por más que nos parezca mentira a estas alturas. Si no ocupa el altar un santo, lo ocupará otro. Y ahí teníamos vacante el altar del amor de la pareja, el altar del amor sexual incluso, que en todas las religiones politeístas tuvo siempre su santo (Venus fue la gran diosa que protegió este amor entre los romanos, y Afrodita entre los griegos, amén de otros dioses menores). Estaba vacante este altar y lo ocupó san Valentín, un obispo que se hizo célebre por bendecir el amor de una pareja, igual que san Martín de Tours se hizo célebre por partir su capa con un pobre.

No es pues el santo, sino sus virtudes, lo que veneramos. Necesitábamos un protector y sobre todo un santificador del amor, y nos pareció bien encomendar esa digna labor a san Valentín. Por eso figura el 14 de febrero, día en que se conmemora el tránsito de san Valentín, como una de las grandes calendas del año. Pero nadie está preocupado por la vida del santo, sino por el gran milagro, siempre renovado, de santificar el amor, precisamente en un tiempo en que una de las peores lacras que padecemos es la profanación y la degradación del amor y del sexo.

Ese es el gran significado de esta fiesta, ese es el gran papel de san Valentín en un mundo en que la degradación no conoce límites. Ennoblecer el amor de la pareja; recuperar el sexo para el amor; renovar la fe de las parejas granadas; estimular a las parejas en formación; convertir el amor en una celebración al menos una vez al año, rodeada de sencillos pero vivísimos rituales; darle alas al amor, empujándolo si es preciso hacia el erotismo; vestir el amor invernal ya escamado con vestiduras más cálidas y atrayentes; darles el empujón definitivo a quienes llevan tiempo y tiempo deshojando la margarita; romper todas las lanzas en favor de la fidelidad; incrementar la actividad amorosa, que no sólo con palabras, sino también con actos de amor se acrecienta y se reafirma el amor… He ahí la gran tarea que le ha caído en gracia a san Valentín, así que ¡viva san Valentín!, seamos sus devotos seguidores y cantemos por siempre sus loores.

LAS COSAS Y SUS NOMBRES

CORTEJAR

Del italiano corteggiare, que a su vez procede del latín cohors, cohortis. Yendo del final al principio, la palabra cohors se había usado para designar el séquito de un magistrado en provincias. Será a partir de este significado, o incluso del de Estado Mayor de un militar, el que dio lugar al concepto romance de corte.
Pero el significado más generalizado de cohors fue el de cohorte, que era la décima parte de una legión (compuesta por 60 centurias, es decir seis mil combatientes), 600 soldados por tanto. Este nombre lo obtuvo el ejército del ámbito agrícola y ganadero, donde significaba corral, lugar cercado donde se guardaban aves de corral y ganado. A partir de aquí pasó a tener carácter general para designar cualquier agrupación considerable tanto de animales, como de cosas como de personas. Las derivaciones verbales exhortare y cohortare proceden ambas de cohors.

Esto del cortejo tiene su miga. Cortejar es, dice el diccionario, galantear, hacer por captarse el amor de una mujer. Es por tanto el hombre el que corteja, y la mujer la cortejada. Si fuese sólo nuestra especie la que lo practica, podríamos decir que se trata de un lastre cultural; pero no siendo así, tendremos que mirárnoslo con un poco más de respeto.

Vamos pues a intentar una explicación coherente: es cierto que todo viviente es finalmente comida de otros vivientes. Hasta el hombre, que se tiene montada la vida para no convertirse en comida de ninguna otra especie, al final acaba siendo pasto de los gusanos.

Siendo esto así, parece coherente que la naturaleza se haya planteado la reproducción como un sistema desbocado, porque comiéndose unos a otros los seres vivos, es como se pone coto a su crecimiento. Esto no obstante es razonable también imaginar que tal como van ascendiendo los vivientes en la escala biológica, la naturaleza haya buscado la manera de poner algunas condiciones y por tanto algunas trabas a la reproducción, para evitar que en el vértice de la pirámide alimentaria sea ésta tan abundante como en su base.

El primer paso en este proceso de selección habría sido dejar atrás la reproducción asexual por simple partición de la célula en dos mitades iguales, cada una de las cuales acaba de regenerar la mitad que ha perdido; dejar atrás, digo, este sistema tan simple, monótono y rutinario, para dar el salto a la reproducción sexual, que no arranca de inercias y automatismos, sino de un intenso proceso de selección que por así decirlo se asienta en el principio del cortejo: numerosos machos, siempre sobrantes, compiten por fecundar a la hembra: El ritual del cortejo es el que determina quién es finalmente el elegido.

Pero una vez producida la selección del macho, continúa el proceso: millones de espermatozoides compiten por penetrar en el óvulo; los mejores llegan hasta él y lo cortejan dando vueltas a su alrededor, hasta que éste captura al que ha sido capaz de excitar en él la capacidad de capturación.

Está claro que en estos niveles de vida la naturaleza ha optado por la calidad, y no por la cantidad. Y al servicio de la calidad en la elección estaba en nuestra especie y está en las demás el cortejo. Digo estaba, porque al orientarse el sexo en nuestra especie sólo muy esporádicamente a la reproducción, no tiene ya demasiado sentido el ritual del cortejo. ¿Será por eso que ha caído en desuso? Lo malo es que con él se ha perdido parte de su gracia y de su calidad


Mariano Arnal

http://www.elalmanaque.com/sanvalentin/

Artículo publicado en la edición de El Almanaque Nº 3059 Jueves 14 de Febrero de 2008

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