PRESENTANDO A SAN VALENTÍN
Por obra y gracia de la gran maquinaria publicitaria, San Valentín se está convirtiendo en la fiesta universal del amor. Y no nos engañemos, el milagro de la difusión y arraigo de esta fiesta no se debe tan sólo al enorme despliegue de medios, porque lo mismo se ha intentado con algunos otros temas, y ha quedado sólo en esfuerzo. El milagro está en que existe una gran necesidad de celebrar, de santificar, de sublimar el amor; y es en el formato de la celebración de San Valentín donde más cumplidamente se abordan estos objetivos.
Y como ocurre con San Nicolás, Sant Nikolaus, y finalmente Santaklaus, o con los no menos santos Reyes Magos, lo importante no es el personaje, que está perdido en las brumas, y trae más leyenda que historia; no es eso lo importante, sino la celebración que bajo su nombre se desarrolla; y por encima de la celebración, las necesidades del alma individual o del alma colectiva a las que sirven esas celebraciones.
No busquemos, pues, en San Valentín un santo prodigioso que entregó su vida a exaltar el amor y a santificarlo, y a emplear sus desvelos en que las parejas hallasen por fin la felicidad en el amor. No busquemos eso, porque no podremos documentarlo. Pero igual que San Nicolás aparece todas las Navidades indagando las buenas conductas de unos con otros y premiándolas todas; y del mismo modo que el Niño Dios se las compone cada año para dejar regalos para todos junto al pesebre, y los Reyes Magos se encaraman por las ventanas para no dejar a ningún niño y a ningún adulto sin esa chispa de felicidad que proporciona el gesto de reconocimiento y amor que se esconde tras cada regalo; así también San Valentín cumple con la misión que le hemos encomendado, sacándole lustre una vez al año a nuestro amor; haciendo que nos pongamos al día, y que si no damos la talla, nos pongamos ese día de puntillas, intentando darle a nuestro amor la mayor estatura que somos capaces de alcanzar.
He ahí el gran invento de San Valentín. ¿Cómo no íbamos a apuntarnos a él? De todo corazón, con toda el alma. Que el amor no es la zarza que arde ella sola sin consumirse. Hay que ir echándole leña para que no se apague. Y dedicar cada año una fiesta laica pero santa, para recordarnos el mayor de los inventos del hombre, el amor, y en esta ocasión el amor de la pareja; dedicar esta fiesta a recordarnos que la relación de pareja no se acaba en el sexo, es una auténtica genialidad. Y no le vamos a poner peros ni porque venga de aquí ni porque venga de allí, ni porque planeen sobre ella todas las monedas. Esa es una señal inequívoca de la grandeza de la celebración: el que la mano que para tantas otras cosas tenemos bien derrada, se nos abra generosa en esta ocasión, es la señal más patente de su bondad. Y el dinero, que tiene un olfato finísimo, acude sin tardanza allí donde sabe que se desborda la generosidad.
Esta es quizá la fiesta en que nadie compra absolutamente nada para sí mismo. Es el culto al regalo; es la necesidad de regalarse, que se expresa regalando algo en lo que se pone el alma. Al fin y al cabo se trata de eso, de plasmar la propia donación en el regalo. Por eso EL ALMANAQUE se apunta gozoso a esta fiesta, y junto a las ofertas de las grandes tiendas de la red, ofrecerá de sus propios fondos esos detalles que acaban de darle alma a un regalo: una poesía, una canción, una imagen, una frase.
Es nuestro objetivo que todos aquellos que han de hacer su regalo de San Valentín, encuentren en nuestras páginas esa felicitación on-line, ese detalle que se puede imprimir para acabar de darle vida a cualquier regalo. Nos ponemos, pues, a partir de hoy, manos a la obra: iremos presentando a lo largo de esta semana las producciones (especialmente poesía) que venimos creando desde hace más de 15 años para añadirle belleza a la celebración de San Valentín, en la confianza de que sean del agrado de nuestros lectores. Que el gran santo (para muchos el más grande de los santos) nos valga.
Artículo publicado en la edición de El Almanaque Nº 3050 Martes 5 de Febrero de 2008
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