DON QUIJOTE DE LA MANCHA Y DOÑA DULCINEA DEL TOBOSO
Estos dos personajes cuya irrealidad quiso remarcar Cervantes con gruesos trazos, responden a unos caracteres tan marcados de la realidad humana, que han pasado a la inmortalidad al igual que otras grandes parejas de enamorados inmortalizadas por la leyenda.
Don Quijote de la Mancha es la viva estampa del noble caballero que vivía en su arcaico mundo caballeresco: el creador del AMOR CORTÉS, que marcó el camino al actual concepto del AMOR. Un mundo que habiendo sido una poderosa realidad a lo largo de toda la edad media, fue idealizado en las novelas de caballerías, pasando de este modo a su dimensión irreal e intemporal. De esa dimensión tomó modelo Don Quijote.
Su condición de caballero le impone a Don Quijote la obligación de entronizar en su corazón una gran dama en cuyo servicio serán todas sus andanzas de caballerías. No habiendo en la realidad nada que requiera los servicios de la caballería, a nuestro caballero no le queda más servicio que el de su dueña, la sin par Doña Dulcinea del Toboso.
Limpias pues sus armas, nos cuenta Cervantes para rematar el primer capítulo de su genial obra, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma. Decíase él: Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o finalmente le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendido: “Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindriana, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero Don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante vuestra merced, para que vuestra grandeza disponga de mí a su talante? ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quién dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo ni se dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció bien darle título de señora de sus pensamientos; y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla DULCINEA DEL TOBOSO porque era natural del Toboso: nombre a su parecer dulce y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.
En efecto, puesto que caballero sin amores es árbol desnudo y cuerpo sin alma, Don Quijote tiene puesto su pensamiento desde el primer día en servir a su señora Dulcinea, y así manda a su fiel escudero que vaya al Toboso, dé con Doña Dulcinea y le entregue esta misiva:
CARTA DE DON QUIJOTE A DULCINEA DEL TOBOSO
“SOBERANA Y ALTA SEÑORA
El ferido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que además de ser fuerte es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, oh bella ingrata, amada enemiga mía, del modo que por tu causa quedo: si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.
Tuyo hasta la muerte
EL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA
Don Quijote y Sancho Panza forman la pareja real, la que empuja los capítulos y los días de nuestro caballero. Pero hay que insistir en la máxima francesa: cherchez la femme. Y en efecto, si la buscamos descubrimos que la pareja ideal, la que constituye el alma de la obra, es la formada por Don Quijote y Doña Dulcinea. Es el amor callado del Caballero Andante, un amor que por fin podrá confesarle a su dama, cuando por sus andanzas se haya hecho digno de ella.
Sancho Panza tira siempre de Don Quijote hacia la realidad, con la única excepción de cuanto atañe al amor del caballero: cuando por fin le tiene que presentar a su señora es él, Sancho, quien a partir de una realidad bien mezquina le mantiene en su ideal, en su amor platónico.
De todos modos la fuerza de ese episodio es decisiva: marca para Don Quijote el inicio de la recuperación del juicio, y para Sancho el inicio de su pérdida del mismo. En ambos casos es la mujer la que opera el cambio: a uno y otro se les cambia la forma de sentirla.
LAS COSAS Y SUS NOMBRES
PLATÓNICO
La mayor genialidad de Platón, cuya fascinación no se ha agotado a pesar del paso de los siglos, fue crear un mundo virtual, como diríamos ahora, mucho más perfecto que el mundo real, y con la fuerza suficiente para suplantarlo con éxito. Su gran invento fue la teoría de las ideas: las cosas que vemos no son más que sombras de la gran realidad, de la esencia de las cosas, que está en las ideas. Así que tanto el conocimiento como la inclinación, tienen que dirigirse a los prototipos, no a sus copias. Más aún: nuestros sentidos y nuestra mente han de usar las cosas como trampolín para llegar a las ideas. El platonismo prendió con fuerza en nuestra cultura: penetró hasta en la Biblia (el inicio del Evangelio de san Juan es de lo más platónico que se puede escribir), y el genial san Agustín hizo una lectura platónica de la teología; y hasta tal punto convenció, que durante siglos fue venerado Platón como un santo profeta.
Amor platónico es, pues, el amor idealizado, el de aquel que considera que sus sentidos no son capaces de percibir toda la perfección del objeto amado, y que ha de guiarse por los ojos del alma, que le ponen en contacto con la misma esencia, con el amor por excelencia. San Agustín identificó al amor con Dios, es decir personificó la idea del amor, poniéndoles filosofía y belleza poética a los textos bíblicos. "Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro y yo fuera... Una vez abierto el camino, los místicos siguieron tras la contemplación y goce directo del Amor, no en sus sombras, sino en su esencia, sin la mediación siquiera de los sentidos. Es ésta la forma más platónica del amor. No sería nada extraño que fuese la mística iniciada por san Agustín, que durante siglos mantuvo forma tan sólo teológica, la que influyese de alguna manera en el nacimiento del amor cortés. Tampoco sería éste el primer caso de transferencia de la cultura religiosa a la profana (la misma "palabra" salió de la "parábola", cuyo hábitat natural era la iglesia). Sin los fundamentos teológicos de la mística, nunca hubiera podido desarrollarse ésta.
¿Por qué habíamos de renunciar a los amores más ideales, si podíamos vivir en ellos del mismo modo que se vive un sueño? Es que la ilusión es como la ambrosía: mantiene siempre encendido el deseo y la esperanza y ennoblece la vida. Si podemos idealizar la realidad en que vivimos, si cada uno puede tener para sí el más sublime y perfecto amor, ¿por qué íbamos a renunciar? Esa es la esencia del amor platónico: la disposición a idealizar al ser amado como encarnación del amor. Es la ilusión de tener cada Quijote su Dulcinea, y cada Dulcinea su Quijote. Pero con el prodigio añadido de que el amor no queda tan sólo en contemplación, sino que obra buena parte de los milagros que se forja. Cuando una Aldonza Lorenzo cualquiera sabe que es tenida por Dulcinea, se metamorfosea en Dulcinea. Y cuando un Alonso Quijano cualquiera se sabe visto como Quijote, es muy capaz de convertirse en tal. He ahí el embeleso, la virtud de infundir belleza. "Cuando tú me mirabas, su gracia en mí tus ojos imprimían" y "ya bien puedes mirarme después que me miraste, que gracia y hermosura en mí dejaste". Sin Platón no hubiésemos llegado hasta aquí.
PLATÓNICO
La mayor genialidad de Platón, cuya fascinación no se ha agotado a pesar del paso de los siglos, fue crear un mundo virtual, como diríamos ahora, mucho más perfecto que el mundo real, y con la fuerza suficiente para suplantarlo con éxito. Su gran invento fue la teoría de las ideas: las cosas que vemos no son más que sombras de la gran realidad, de la esencia de las cosas, que está en las ideas. Así que tanto el conocimiento como la inclinación, tienen que dirigirse a los prototipos, no a sus copias. Más aún: nuestros sentidos y nuestra mente han de usar las cosas como trampolín para llegar a las ideas. El platonismo prendió con fuerza en nuestra cultura: penetró hasta en la Biblia (el inicio del Evangelio de san Juan es de lo más platónico que se puede escribir), y el genial san Agustín hizo una lectura platónica de la teología; y hasta tal punto convenció, que durante siglos fue venerado Platón como un santo profeta.
Amor platónico es, pues, el amor idealizado, el de aquel que considera que sus sentidos no son capaces de percibir toda la perfección del objeto amado, y que ha de guiarse por los ojos del alma, que le ponen en contacto con la misma esencia, con el amor por excelencia. San Agustín identificó al amor con Dios, es decir personificó la idea del amor, poniéndoles filosofía y belleza poética a los textos bíblicos. "Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro y yo fuera... Una vez abierto el camino, los místicos siguieron tras la contemplación y goce directo del Amor, no en sus sombras, sino en su esencia, sin la mediación siquiera de los sentidos. Es ésta la forma más platónica del amor. No sería nada extraño que fuese la mística iniciada por san Agustín, que durante siglos mantuvo forma tan sólo teológica, la que influyese de alguna manera en el nacimiento del amor cortés. Tampoco sería éste el primer caso de transferencia de la cultura religiosa a la profana (la misma "palabra" salió de la "parábola", cuyo hábitat natural era la iglesia). Sin los fundamentos teológicos de la mística, nunca hubiera podido desarrollarse ésta.
¿Por qué habíamos de renunciar a los amores más ideales, si podíamos vivir en ellos del mismo modo que se vive un sueño? Es que la ilusión es como la ambrosía: mantiene siempre encendido el deseo y la esperanza y ennoblece la vida. Si podemos idealizar la realidad en que vivimos, si cada uno puede tener para sí el más sublime y perfecto amor, ¿por qué íbamos a renunciar? Esa es la esencia del amor platónico: la disposición a idealizar al ser amado como encarnación del amor. Es la ilusión de tener cada Quijote su Dulcinea, y cada Dulcinea su Quijote. Pero con el prodigio añadido de que el amor no queda tan sólo en contemplación, sino que obra buena parte de los milagros que se forja. Cuando una Aldonza Lorenzo cualquiera sabe que es tenida por Dulcinea, se metamorfosea en Dulcinea. Y cuando un Alonso Quijano cualquiera se sabe visto como Quijote, es muy capaz de convertirse en tal. He ahí el embeleso, la virtud de infundir belleza. "Cuando tú me mirabas, su gracia en mí tus ojos imprimían" y "ya bien puedes mirarme después que me miraste, que gracia y hermosura en mí dejaste". Sin Platón no hubiésemos llegado hasta aquí.
Artículo publicado en la edición de El Almanaque Nº 3057 Martes 12 de Febrero de 2008
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