DEL HOMO SAPIENS AL HOMO INSÍPIDUS
Los sapientes romanos se convirtieron en los sabios hispanos. ¿Quién era el sapiens entre los romanos? Aquel que tenía más fino el gusto-olfato, aquel que aventajaba a todos en la percepción de la realidad; no tanto en la percepción objetiva como en aquella que determina cuál va a ser nuestra relación con esa realidad. El concepto de sapiencia se entiende perfectamente en el ámbito del sabor: es más sapiens aquel que tiene mayor acierto en la elección de lo que come, gracias a que el gusto y el olfato le guían siempre certeramente.
Si olvidamos que sapere en latín es con igual derecho saber que saborear, y que por tanto se transmiten con la palabra ambos conceptos a la vez sin necesidad de separarlos y distinguirlos, porque son lo mismo, sólo que aplicado a niveles distintos de la realidad, pero no de la percepción; si olvidamos eso empezamos a perdernos. Lo que para los demás animales es el sentido del gusto-olfato (de hecho es una unidad funcional), para el hombre es el mismísimo sentido y con las mismas funciones, pero saltando del plano alimentario al vivencial.
Se trata en un caso de discernir qué te conviene echarte al cuerpo, de manera que le saques el mejor partido a lo que te rodea, sin que se te escape nada que pueda beneficiarte; y en el otro caso de discernir qué te conviene echarte a la mente o al espíritu, de modo que no se te escape nada que sea bueno para alimentar tu espíritu y hacerlo tu propia vida, como haces con lo que comes.
Para una y otra función es indispensable sapere, discernir el sabor de las cosas, de tal manera que sepamos si convirtiéndolas en carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre y alimento de nuestra mente, resultaremos mejorados o perjudicados. Si no descendemos a esa elementalidad, no entenderemos nunca por qué los modos de alimentación son tan decisivos en la configuración de las culturas, ni entenderemos el fundamento de los sacrificios, incluidos los humanos, ni nos enteraremos de lo que está sucediendo realmente en Uganda (han vuelto a ese país los ancestros con una inmensa sed de sangre; la forma religiosa-Ong moderna no ha sido más que tapadera de un fenómeno que ahí estaba latente, y que no es cosa de cuatro cabecillas, sino que forma parte del tejido social y del sustrato religioso y cultural).
Las cosas tienen en cada cultura un sabor distinto. Mientras no seamos capaces de intuir al menos cuáles son los sabores y los saberes que rigen esas conductas, no entenderemos nada de lo que está pasando. Pero desde que nos dimos de bruces contra el sofista aquel que dijo "solo sé que no sé nada", y con estas palabras dejó inaugurada e instituida la filosofía; desde que nos tropezamos con él, se declararon estragados el gusto y el olfato de cada uno; quedó en entredicho nuestra capacidad de percepción, nos quedamos sin nuestra facultad de discernimiento: nuestro saber quedaba en manos de los filósofos: a partir de entonces su gran tema sería por los siglos de los siglos sembrar la duda metódica sobre nuestra capacidad de conocer.
Los sapientes romanos se convirtieron en los sabios hispanos. ¿Quién era el sapiens entre los romanos? Aquel que tenía más fino el gusto-olfato, aquel que aventajaba a todos en la percepción de la realidad; no tanto en la percepción objetiva como en aquella que determina cuál va a ser nuestra relación con esa realidad. El concepto de sapiencia se entiende perfectamente en el ámbito del sabor: es más sapiens aquel que tiene mayor acierto en la elección de lo que come, gracias a que el gusto y el olfato le guían siempre certeramente.
Si olvidamos que sapere en latín es con igual derecho saber que saborear, y que por tanto se transmiten con la palabra ambos conceptos a la vez sin necesidad de separarlos y distinguirlos, porque son lo mismo, sólo que aplicado a niveles distintos de la realidad, pero no de la percepción; si olvidamos eso empezamos a perdernos. Lo que para los demás animales es el sentido del gusto-olfato (de hecho es una unidad funcional), para el hombre es el mismísimo sentido y con las mismas funciones, pero saltando del plano alimentario al vivencial.
Se trata en un caso de discernir qué te conviene echarte al cuerpo, de manera que le saques el mejor partido a lo que te rodea, sin que se te escape nada que pueda beneficiarte; y en el otro caso de discernir qué te conviene echarte a la mente o al espíritu, de modo que no se te escape nada que sea bueno para alimentar tu espíritu y hacerlo tu propia vida, como haces con lo que comes.
Para una y otra función es indispensable sapere, discernir el sabor de las cosas, de tal manera que sepamos si convirtiéndolas en carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre y alimento de nuestra mente, resultaremos mejorados o perjudicados. Si no descendemos a esa elementalidad, no entenderemos nunca por qué los modos de alimentación son tan decisivos en la configuración de las culturas, ni entenderemos el fundamento de los sacrificios, incluidos los humanos, ni nos enteraremos de lo que está sucediendo realmente en Uganda (han vuelto a ese país los ancestros con una inmensa sed de sangre; la forma religiosa-Ong moderna no ha sido más que tapadera de un fenómeno que ahí estaba latente, y que no es cosa de cuatro cabecillas, sino que forma parte del tejido social y del sustrato religioso y cultural).
Las cosas tienen en cada cultura un sabor distinto. Mientras no seamos capaces de intuir al menos cuáles son los sabores y los saberes que rigen esas conductas, no entenderemos nada de lo que está pasando. Pero desde que nos dimos de bruces contra el sofista aquel que dijo "solo sé que no sé nada", y con estas palabras dejó inaugurada e instituida la filosofía; desde que nos tropezamos con él, se declararon estragados el gusto y el olfato de cada uno; quedó en entredicho nuestra capacidad de percepción, nos quedamos sin nuestra facultad de discernimiento: nuestro saber quedaba en manos de los filósofos: a partir de entonces su gran tema sería por los siglos de los siglos sembrar la duda metódica sobre nuestra capacidad de conocer.
Y su gran conclusión sería que en todo caso nos hemos de conformar con contar y agrupar fenómenos, y de ahí obtener nuestro conocimiento. Pero de saber, de saborear nada de nada, porque eso es demasiado individual y poco transferible. Hay que instituir sabores y saberes universales. Que si queremos un homo sapiens, ha de ser ese modelo. Si no, nada. Y en eso estamos, en una elección totalmente racionalista del modo de conocer, en el que se niega toda legitimidad a los modos de sentir como parte sustancial del conocimiento.
EL ALMANAQUE intenta hoy una primera aproximación al Homo Sapiens.
LA FRASE
En los montes más elevados caen los rayos, y donde hallan mayor resistencia, hacen más daño. Cervantes
Conclusión humanísima: no hay que resistirse a nada, hay que dejarse llevar si no se quiere sufrir más daño de la cuenta. En eso estamos empleados.
EL REFRÁN
QUIEN BIEN TIENE Y MAL ESCOGE, DEL MAL QUE LE VENGA NO SE ENOJE
Eso quien tenga olfato propio y se guíe por él; quien no, que se deje llevar por la manada y siempre le quedará de consuelo aquello de "mal de muchos, consuelo de tontos", que queda igual de bien a la inversa.
ETIMOLOGIA - LÉXICO
HOMO SAPIENS
Siendo los fundadores de la antropología filólogos de gran envergadura, es de suponer que las denominaciones que se deben a ellos son de hondo calado y bien meditadas. La de Homo Sapiens para uno de los eslabones de la cadena zoológica de la que descendemos, tiene todo el aspecto de ser obra de filólogos. Partiré del supuesto de que así sea. En primer lugar, hay que dejar sentado el significado de sapere, que tanto transcrito como traducido, nos da saber. En latín lo mismo son saberes que sabores.
En español, quedan aún algunas huellas de este pasado común. Decimos: "éste no sabe nada" y "esto no sabe a nada" con el mismo verbo; pero en el primero caso nos referimos al saber, y en el segundo al sabor. Esta relación permanece en el participio presente del mismo verbo que es sapiens, sapientis, adjetivo verbal que pasó a tener el significado de sabio sin perder el de "saboreador", del mismo modo que en todos los casos de polisemia están presentes en la palabra todos sus significados; por eso son posibles muchos chistes y equívocos.
Al saludar a un grupo de mujeres con un "muy buenas", siempre queda abierta la duda de si las buenas son las tardes, o ellas, y en este caso, si mi intención es decir que están buenas, o simplemente que lo son. Es de suponer, por tanto, que a pesar de que no se refleje en la literatura, la palabra sapiens tuvo que mantener en el plano coloquial el significado tanto activo (el que tiene capacidad de saborear) como pasivo (el que tiene sabor); al igual que sápidus significó indistintamente sabroso o gustoso y juicioso o prudente; y su contrario insípidus pudo aplicarse y se sigue aplicando por igual, junto a su sinónimo "soso" a los alimentos y a las personas.
Si lo único que ha hecho el término sapiens es ampliar su significado (pero no cambiarlo) de los sabores a los saberes; si ha dado el salto de la percepción exclusivamente sensorial a la percepción mental, al usarlo nos estamos refiriendo a la misma forma de conocimiento (sapere, saborear) pero aplicada a planos distintos de la realidad. No se trata por tanto de un cambio de método de acceso al saber, sino sólo de un cambio de objeto del saber.
Al saludar a un grupo de mujeres con un "muy buenas", siempre queda abierta la duda de si las buenas son las tardes, o ellas, y en este caso, si mi intención es decir que están buenas, o simplemente que lo son. Es de suponer, por tanto, que a pesar de que no se refleje en la literatura, la palabra sapiens tuvo que mantener en el plano coloquial el significado tanto activo (el que tiene capacidad de saborear) como pasivo (el que tiene sabor); al igual que sápidus significó indistintamente sabroso o gustoso y juicioso o prudente; y su contrario insípidus pudo aplicarse y se sigue aplicando por igual, junto a su sinónimo "soso" a los alimentos y a las personas.
Si lo único que ha hecho el término sapiens es ampliar su significado (pero no cambiarlo) de los sabores a los saberes; si ha dado el salto de la percepción exclusivamente sensorial a la percepción mental, al usarlo nos estamos refiriendo a la misma forma de conocimiento (sapere, saborear) pero aplicada a planos distintos de la realidad. No se trata por tanto de un cambio de método de acceso al saber, sino sólo de un cambio de objeto del saber.
El método primitivo del saber humano, animal por tanto, tenía que ser necesariamente irracional, instintivo, intuitivo. El homo sapiens no pudo ser un homo rationalis o un animal rationale como lo definió Aristóteles, sino un animal sensitivo, que además de tener desarrollados el gusto y el olfato para decidir qué le convenía meterse en el cuerpo, desarrolló unos sentidos interiores análogos, casi igual de sutiles, para discernir lo que le convenía meterse en la mente; una mente cuya capacidad iba aumentando a medida que se iba adaptando el hombre al nuevo plano de percepción.
Olfateaba y saboreaba interiormente toda nueva situación, todo nuevo conocimiento. Y fue este sapere lo que le hizo sapiens. Pero por lo visto no era bueno para la especie estancarse en un estadio tan primitivo y tan subjetivo del conocimiento. Era preciso dar el gran salto de la sapiencia (un saber de muy difícil transmisión), a la ciencia, el saber que entra por los ojos y por el oído, el que se transmite por la imagen y la palabra, el saber mensurable y computable. Había que pasar del Homo Sapiens al Homo Insípidus; que la ciencia para ser pura ha de ser incolora, inodora e insípida.
Mariano Arnal
Olfateaba y saboreaba interiormente toda nueva situación, todo nuevo conocimiento. Y fue este sapere lo que le hizo sapiens. Pero por lo visto no era bueno para la especie estancarse en un estadio tan primitivo y tan subjetivo del conocimiento. Era preciso dar el gran salto de la sapiencia (un saber de muy difícil transmisión), a la ciencia, el saber que entra por los ojos y por el oído, el que se transmite por la imagen y la palabra, el saber mensurable y computable. Había que pasar del Homo Sapiens al Homo Insípidus; que la ciencia para ser pura ha de ser incolora, inodora e insípida.
Mariano Arnal
LIBROS SOBRE ANTROPOLOGIA 1 - 2 - 3 - 4 - 5 - 6 - 7
LOS ORIGENES DE LA HUMANIDAD
(2 VOLS.) (INCLUYE 4 DIPTICOS):
DE LA APARICION DE LA VIDA AL HOMBRE; LO PROPIO DEL HOMBRE
de COPPENS, YVES y PICQ, PASCALESPASA-CALPE, S.A.
El hombre moderno -Homo sapiens_ aparece como el último representante de una línea evolutiva de monos antropomorfos africanos, a los que se da el nombre de homínidos. Pero hace solo 400 siglos, nuestros antepasados cromañones y los hombres de Neandertal cohabitaban en las tierras de Europa después de haberse codeado durante más de 50.000 años en el Cercano Oriente.
Mucho antes, hace unos 2 millones de años, en África, otros hombres de especies distintas y sus parientes parántropos (o "casi hombres") evolucionaban en las mismas comunidades ecológicas. Todos andaban erguidos, poseían un cerebro voluminoso, tallaban la piedra y consumían carne. Antes, aún, el pequeño mundo de Lucy se iba poblando de otras especies de australopitecos, distribuidos por todo el continente africano. Y después, nuestros orígenes se dispersan en la profundidad de los tiempos geológicos, iluminados por algunos fósiles.Esta obra, a la luz de los descubrimientos más recientes, recompone el improbalbe fresco de nuestra historia desde hace más de 50 millones de años. Y lo que aparece dibujado no es un árbol de la evolución que tiende al advenimiento del Homo sapiens, sino un matorral, podado por los cambios del entorno, que solo ha podido conservar una rama de nuestra familia evolutiva. El hombre moderno no ha hecho más que comenzar a tomar conciencia de su lugar en la historia de la vida.
Publicado en la edición El Almanaque Nº 3075 Sábado 1 de Marzo de 2008
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