LAS COSAS Y SUS NOMBRES
NADA SE REGALA TANTO COMO LAS VELAS Y LOS HIELOS
Por desgracia se nos ha materializado mucho el verbo regalar, perdiendo el encanto que tuvo hace siglos en nuestra lengua. Intentaré hacer una reconstrucción virtual, como los arqueólogos, que a partir de unas ruinas consiguen recomponer la tumba, el templo o el palacio, y hacerlos aparecer con la belleza que en su momento tuvieron.
Las ruinas mejor conservadas de la palabra regalar las tenemos en una lengua hermana, en el catalán, que todavía usa el verbo regalar con el significado de derretirse, fundirse, deshacerse, salir el líquido lentamente y goteando, chorrear, destilar, correrse (estos significados corresponden a los valores que da para el verbo regalar la enciclopedia Espasa, vigentes por tanto en nuestra lengua a principios del siglo pasado, aunque con valor residual). “Muntanyes de Canigó, fresques són i regalades...” dice la bella canción popular catalana. Son montañas que chorrean el agua que destila en ellas el lento deshielo. Es que ese es el significado original de regalar: deshacerse lentamente un sólido en líquido, o salir lentamente, gota a gota un líquido de su recipiente, en especial por exudación.
Uno de los términos que debió influir en la decantación de la palabra regalo hacia su significado dominante a día de hoy, es el sustantivo regalada, con que se designaba la caballeriza real destinada a los caballos de regalo. En ella coinciden la raíz regalis (real, propio del rey); lo que entendemos hoy por regalo u obsequio; y probablemente el valor subyacente de “objeto de recreo y complacencia”, puesto que los caballos que se le regalaban al rey debían ser un auténtico regalo para la vista y para su uso.
Pero el factor dominante en la adulteración del significado de esta palabra, tuvo que ser necesariamente el materialismo puro y duro que fue inclinando cada vez más el ánimo del que regalaba a utilizar el regalo con la intención del refrán que dice “Dádivas quebrantan peñas”; y el de quien lo recibía, cuyo mayor afán acabó siendo aprovechar la necesidad del donante para proveer de ese modo a sus necesidades o a sus caprichos, quedando así cada vez más lejos el regalo más auténtico, el de sí mismo para regalo y contento del destinatario.
La entrada a saco de los mercaderes grandes y pequeños en la incitación interesada al regalo, ha acabado de decantar esta deliciosa institución humana hacia la materialidad pura y dura. ¿Se imagina alguien a esos fenicios predicando en su publicidad que la sustancia del regalo nunca está en la cosa que se regala? Jamás dirá un comerciante que no está el valor del regalo en el precio; que ese es el valor que se le pone al regalo cuando no se es capaz de regalar de verdad. Que la virtud del regtalo no está en el aprovisionamiento, sino en el placer que con el regalo se tiene y se proporciona.
Las dos imágenes más plásticas y clásicas del regalo entendido en su acepción más antigua y genuina son la del hielo que se funde, regando la tierra con generosidad y dejándola regalada, que dirían nuestros antepasados, y convertida en manantial de vida y de belleza; y la imagen de la vela, sugerente por demás, que se regala tanto más de prisa cuanto mayor es su luz. Por cierto, aunque no sea este el mejor lugar, dejo aquí constancia de una peculiaridad léxica de las velas: al derretirse éstas demasiado deprisa se le llamaba en otros tiempos correrse. Es ésta, pues, una cualidad de las velas. Está claro, pues, que el regalo es tanto más auténtico cuanto más capaz es de hacerse fundir a la persona que lo recibe. Porque de eso se trata, ¿no?
EL ALMANAQUE, cultivador del entendimiento, de los sentidos y de los sentimientos a través de las palabras, se recrea hoy en los regalos.
REGALAR
He aquí una palabra bien singular, que ha llegado a asentar su significado por caminos tortuosos. Los materiales de construcción son latinos, pero no literarios. Significa esto, que no es posible hallar su origen en los clásicos, y que por tanto hay que buscarlo en el latín hablado, mucho más cambiante, el que dio lugar a las lenguas romances. Parece lo más lógico irnos al adjetivo regalis, regale (real, regio), derivado de rex, regis (rey); y es posible que haya influido de alguna manera en la fijación de su significado literario; pero el origen no está ahí, en absoluto.
La lógica nos lleva, de la mano de Corominas, a un supuesto verbo recalare del latín hablado, intensivo de otro supuesto verbo calare, que tampoco conocen los clásicos. Por la huella que han dejado en nuestras lenguas, hay que suponer que su significado era dejar caer, verter, aflojar. Estaría emparentado con el griego calaw (jaláo), dejar caer. Otros etimologistas prefieren buscar la fuente en el latín clásico e invocan el verbo regelare (deshelar) como origen de regalar. Una etimología más fácil de explicar por la semántica que por la fonética.
Si cogemos cualquier diccionario, el María Moliner por ejemplo, nos distinguirá dos líneas de significado: la más general, que casi ha monopolizado este verbo, es “Dar a alguien un objeto digno de estimación con deseo de complacerle (el subrayado es mío). La otra línea se queda toda ella en la intención del regalo, en el deseo de complacer: Agasajar, festejar, obsequiar.
Proporcionar a alguien placeres, diversiones y demás cosas que pueden agradarle: ‘Durante su estancia le regalaron con fiestas, banquetes y toda clase de agasajos’.
Tenemos también la forma pronominal Regalarse (con). Proporcionarse algún placer: ‘se regala de cuando en cuando con algún concierto’. Proporcionarse una vida regalada. De ahí pasamos al participio del verbo: Regalado, -a. Con comodidades y placeres de los que hacen agradable la vida. Y de nuevo en el sustantivo Regalo, la doble línea de significado: Obsequio, presente, cosa que se regala a alguien, acción de regalar algo; la dominante. Y en la sombra, Placer que una cosa proporciona ’es un regalo del oído’. Conjunto de comodidades y placeres con que alguien vive. Y por fin el significado que acaso tiende el puente entre los significados actuales y el original: Cosa delicada, particularmente bebida o comida, que proporciona placer. Que hace derretirse de placer, añado para completar el puente.
Hemos de llegar al significado arcaico, que ejemplifica Corominas en su Diccionari Etimològic i Complementari de la Llengua Catalana. En catalán perduró durante siglos para regalar, el significado de derretirse, fundirse, gotear, chorrear, transferido al actual regalimar. Y persiste como arcaísmo en el adjetivo regalat, regalada, para referirse a la cera o a la nieve fundida. Estos valores los tuvo en nuestra lengua en la edad media, para echarlos luego en olvido: “Los omnes cudiciosos del aver monedado / que por ganar riqueza non dubdan fer pecado / metránlis por la boca el oro regalado”, dice Gonzalo de Berceo explicando el castigo que tendrán en el infierno los avaros: les meterán en la boca fundido (regalado) el oro que en vida amontonaron.
En el Libro de Alexandre se dice que una piedra preciosa “regálase enna boca, ca açúcar semeja”, que se funde en la boca como el azúcar. Y el infante Don Juan Manuel describe a una noble doncella mora “tan regalada que de quequier se espantava”; tan poco sólida, que se fundía con suma facilidad, se espantaba de cualquier cosa. Este significado desapareció incluso de los diccionarios hacia el 1400, pero persistió en el habla de Aragón hasta hoy.
He ahí el largo y sorprendente recorrido de una palabra que denomina una práctica que tiene un gran peso en nuestras costumbres; que se ha convertido en una institución cada vez más sólida. No la hemos inventado nosotros, por supuesto. Los griegos al regalo lo llamaban doron (dóron; Pan-dora = todos los dones); y los romanos, donum (don).
Artículo publicado en la edición de El Almanaque Nº 3055 Domingo 10 de Febrero de 2008
domingo, febrero 10, 2008
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