Todo el que crea una vida, ha creado también una muerte. Si se quiere evitar la muerte, hay que evitar la vida. Intentar hacer lo más duradera posible la vida es atentar contra ella: es como comprarse un coche y no sacarlo nunca del garaje para prolongar su vida. Esa es una manera de tener coche sin tenerlo, igual que nuestra vida en muchos aspectos es un vivir sin vivir, por prolongar más y más la duración de la vida.
¿De qué nos sirve un coche de tan larga duración, si hemos de renunciar a sus más gloriosos (y también más arriesgados) usos? A lo primero que ha de renunciar toda vida domesticada, es a dedicarse a la vida libremente. Por su condición de vida bajo control, o habrá de reproducirse mucho más allá de lo que le pide su naturaleza, o por el contrario tendrá que inhibir su reproducción hasta la neurosis.
Tanto nuestros animales como nosotros mismos, estamos sujetos para la reproducción a los imperativos del mercado. Las ovejas, las vacas, las cabras, las conejas y las perras de raza se reproducen a destajo. Al ir bajando el precio de sus crías en el mercado, han de producir cada vez más para mantener su valor.
También en la natalidad (igual podemos decir en la naturaleza) humana interviene de forma decisiva el valor de mercado: la economía no se puede permitir el lujo de emplear para la reproducción a las mujeres que tienen una alta capacidad productiva. Sería un desperdicio. Para ese menester emplean a las mujeres que por su bajísimo nivel de preparación no sirven para otra cosa. Producen mano de obra barata que luego exportarán a los países industrializados. Se permiten hasta el lujo de dedicarse a hacer vida, pero finalmente tienen un promedio de vida muy corto. Las mujeres industrializadas, en cambio, viven mucho más, pero a cambio de que renuncien a hacer vida.
EL ALMANAQUE se ocupa hoy de la palabra naturaleza, que ni siquiera nos suena a lo que tan palmariamente proclama: que es nacer y nacer y nacer.
LA FRASE
Personalmente recuerdo como los momentos más gratos de mi vida los pasados en compañía de mis lobos. Félix Rodríguez de la Fuente
Es que cuando se entra en serio en la naturaleza, se puede vivir en compañía de lobos como San Francisco de Asís, Konrad Lorenz o Rodríguz de la Fuente y ser sumamente feliz.
EL REFRÁN
NATURAL Y FIGURA, HASTA LA SEPULTURA
Es la forma primitiva del refrán que conocemos como "Genio y figura, hasta la sepultura". El natural era el conjunto de caracteres con que se había nacido. Aquello que nos dio la naturaleza, dice el refrán, no lo cambiaremos nunca.
LAS COSAS Y SUS NOMBRES
NATURALEZA
¿Qué es naturaleza? El aspecto más sobresaliente de la naturaleza, aquel por el que la nombramos, es el nacer, el estar siempre reproduciéndose. Es cierto que la vida es bastante más que nacer; pero ante el esplendor del nacimiento, quedan eclipsados los demás aspectos. Nos encontramos ante una evidente sustantivación del verbo latino nascor, nasci, natus sum.
La palabra latina natura es formalmente el nominativo y acusativo plural neutro del participio futuro activo de nascor, y significaría "todo aquello que ha de nacer". Está claro que no es ese su estricto significado, pero está igualmente claro que éste no se aparta de la idea de nacer. Lo que sí es evidentemente la naturaleza es hacer y rehacer la vida, es producir vida sin interrupción, es nacimiento sin límite.
Esta definición no tendría ninguna relevancia si no fuese porque está en flagrante contradicción con la filosofía y la praxis vigente en nuestra cultura, que tiende a limitar la natalidad hasta el punto de no cubrir siquiera el relevo generacional.
Es difícil imaginar cómo puede prosperar en nuestro mundo superdesarrollado y pupertecnificado un doctrina ecologista coherente, que se tenga en pie, que sea más que una pose y una moda. Nuestra filosofía de la vida es de lo más antinatural que se pueda diseñar.
Tanto por lo que respecta al inicio de la vida como por lo que se refiere a su final, estamos absolutamente alejados de la naturaleza: desde que nos enteramos de que nos morimos (la naturaleza tiene la delicadeza de no permitirles a los animales libres ni la vivencia ni la filosofía de la muerte), desde que el hombre se decidió a retener y represar la vida para que no se le perdiese, empezó su propia corrupción.
¿De qué le vino la manía de guardarse los muertos? Se han intentado toda clase de explicaciones, pero no se ha explicado satisfactoriamente todavía. Y no eran sólo los muertos y la muerte lo que se guardó en conserva, sino también la vida. La obsesión por no morir le llevó también a no vivir. No dejó correr la vida por no perderla, y taponó las fuentes por no gastarla. Las aguas duraban cada vez más en la charca, pero también envejecían más.
Nuestro empeño en no morir, que va avanzando de victoria en victoria sobre la naturaleza, nos pasa una factura muy abultada. Si nos dedicamos cada uno a hacer nuestra vida y a prolongarla todo lo posible (¡qué bien!, anuncian para el próximo siglo la prolongación de la vida hasta los 200 años); en la medida en que nos dedicamos a hacer nuestra vida, o quizá nuestra muerte mucho más lenta, nos hemos de prohibir severamente hacer cualquier otra vida; nos hemos de prohibir vivir según la naturaleza, cuyo más importante quehacer es la vida.
Hemos de vivir reprimiendo toda vida que intente nacer de nosostros, hemos de posicionarnos a vivir contra natura, es decir contra cualquier posibilidad de nacimiento, y para colmo, estamos preparando ya los principios filosóficos y morales que nos permitan también morir y administrar la muerte contra natura.
Es lo que hay, no podemos tener una cosa y al mismo tiempo su contraria. Al tercer mundo sí que le sale a cuenta la generosidad de las especies destinadas a la alimentación de los grandes depredadores. Pero éstos han de reproducirse moderadamente si no quieren devorarse entre sí. Es la vida. Al menos, los que sirven para dar de comer a los depredadores, pueden gozar de la reproducción.
LÉXICO
Publicado en la edición de El Almanaque Nº 3068 Sábado 23 de Febrero de 2008
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