FALACIA
Fallo, fállere, fefelli, falsum es el verbo latino del que obtenemos los verbos fallar, fallecer y desfallecer; falsear y falsificar; los adjetivos falso, falsario, falaz y falsificador; los sustantivos falacia, fallecimiento, desfallecimiento, falsedad, falsificación y falsía. En fin, una parentela muy distinguida. No está nada claro el árbol genealógico, pero dicen los entendidos que el abuelo de todos ellos es el verbo griego sjallw (sfál.lo), que goza de un extenso historial, y que en todos sus usos mantiene los significados básicos de hacer resbalar, hacer caer, empujar a alguien para que caiga, para abatirlo, para darle la vuelta, hacerle cambiar de rumbo (tratándose de naves), poner algo patas arriba… en fin un digno antepasado de todos los engaños, falsificaciones y falacias. Al tropiezo, revés o paso en falso lo llaman sjalma (sfálma).
Viniendo al latín, hay que atender en primer lugar a la propia falacia, cuya forma original es fallacia, ae; y sus significados, engaño, superchería, ardid, artimaña, trapacería. Fallaciam in áliquem inténdere es prepararle a uno una frampa; falláciis áliquem elúdere, burlar a alguien con engaños; Fallacia vestis, vestido engañoso, disfraz. Esta palabra, como cultismo que es, se mantiene igual en nuestra lengua, y por los sinónimos que nos dan los diccionarios, sabemos el uso que de ella se ha hecho.
Falacia es, según éstos, fraudulencia o fraude, falsía, dolo, mentira, engaño con que se intenta hacer mal a otro, perfidia, alevosía, capciosidad, doblez, etc. El María Moliner especifica que el adjetivo se aplica a personas y a sus palabras, promesas, etc. Es evidente que se trata de llamarle a uno a la cara embustero y tramposo, pero sin perder la compostura y las buenas maneras, sin elevar el tono de la voz ni el de las palabras, que tras las formas cultas se ocultan mejor las intenciones. En fin, que se admiten los insultos y las más acres descalificaciones, siempre que se pronuncien con las palabras adecuadas y en tono reposado.
Viniendo al adjetivo fallax, fallacis, su traducción es falaz. La terminación es indicio evidente de su carácter de cultismo, como eficaz, pertinaz, procaz, locuaz, capaz, etc. En latín lo usaban con los valores de falaz, engañoso, impostor, insidioso. “Fallaces et copiósae interrogationes” llama Cicerón a las preguntas capciosas y continuas para enredar al interrogado. Pero donde con más claridad resplandece el valor de este lexema es en el supino falsum. De ahí obtiene el latín el adjetivo falsus, a, um, que no significa exactamente falso, sino más bien falsificado, es decir manipulado para que induzca a engaño: falsi rumores, falsum testimonium, falsae lítterae son rumores, testimonios y cartas amañados para inducir a error. También el falsario (falsarius), la falsificación (falsificatio) y la falsedad (fálsitas) fueron invento de los romanos.
Igual que fallax tenían méndax (mendaz en traducción culta, y mentiroso en versión vulgar). Pero el méndax era más primario: mentía, y como dice el refrán, le pillaban antes que al cojo. El fallax era mucho más astuto, tenía la coartada de que no había mentido, de que el otro se había engañado por interpretarle de acuerdo con sus deseos, y no conforme a sus palabras. En fin, es el gran arte de la falacia, en la que tan a gusto colabora el engañado.
Mariano Arnal LÉXICO
Publicado en la edición El Almanaque Nº 3071 Martes 26 de Febrero de 2008
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