CARNAVALES : LA NECESIDAD DE DISFRAZARSE
Casi sin darnos cuenta pasamos de Todos los Santos a la Navidad y Nochevieja; y de aquí al Carnaval. Nombro estas tres fiestas y las enlazo porque tienen un denominador común: los disfraces. Y ese denominador común les viene del hecho de que en distintos momentos de la evolución de nuestro calendario, las tres celebraciones correspondieron al Fin de año.
Y de los tres fines de año es el más reciente, el del calendario actual, el que menos recurre a los disfraces, por no haber incorporado aún del todo los ritos que corresponden a este género de celebración. Pero va avanzando en ese camino, como si la fuerza de nuestros ancestros nos arrastrase inexorablemente hacia esos sagrados ritos.
Y siendo materia prima de cualquier rito el culto a los antepasados, era inevitable que en las celebraciones más importantes del año (las que cierran un ciclo y abren otro), fuesen éstos los principales protagonistas. Estamos naturalmente en el culto más primitivo, el familiar, el que en Roma se tributará a los Lares, los dioses del hogar, antepasados muy próximos, cuya leyenda tenía mucho de biográfica. Y un paso más cerca de los Lares, los difuntos más recientes de la familia. En la estructura religiosa de Roma, al igual que en las demás religiones, el primer eslabón del más allá, del mundo superior en cuya cima están los dioses, el primer eslabón son los más próximos antepasados.
Todo este mundo tenía un poder ilimitado sobre el devenir de los vivientes: desde las primeras obras literarias de nuestra cultura, empezando por la Ilíada y la Odisea, lo tenemos claramente ejemplificado. Eran los dioses y diosecillos los dueños de la vida humana. Por eso era impensable despedir un año e iniciar el siguiente sin contar con los artífices y guías más inmediatos de nuestras vidas: los antepasados. No sólo eso, sino que en la formulación ritual de este culto, éstos pasaban a ser los protagonistas, cediéndoles los vivos sus cuerpos para que viviesen y actuasen en ellos durante estas fiestas.
Un simple principio de realismo verosímil y reconocible condujo a acercar todo lo posible la propia figura a la del difunto al que se quería rendir tributo y homenaje cediéndole la propia vida durante esos ritos de renovación y recambio. Se trataba pues de convertirse en otra persona mucho más noble, en general aquella cuyo lugar en la vida se pretendía ocupar. Se esperaba que la más fiel caracterización y la más estricta imitación durante las ceremonias del modelo elegido, obrarían la gracia de investir con la personalidad del difunto al que tales ritos celebraba. Recordemos que a la careta que caracterizaba a los actores, los romanos la llamaban persona y los griegos proswpon (prósopon). Pensemos en la prosopopeya proswpopoiia (prosopoiía) que decían éstos, y que no era más que la caracterización y la representación con personalidades distintas a la propia.
Y resulta que esta inclinación tan ancestral no sólo no se extingue, sino que a través de distintas formas se perpetúa. Tendremos que preguntarnos no sólo por el teatro, sino por el cine también, y por la televisión, y por las demás ficciones de la vida; y por tantos juegos de todas clases que nos ofrecen convertirnos en personas distintas. Y en este momento hemos de preguntarnos cuál es la fuerza que mueve tantísimo Carnaval como prolifera en todo el mundo. Los psicoanalistas, y con ellos los sociólogos, antropólogos y demás estudiosos de la humanidad, nos dirán que se trata de una manifestación de nuestro espíritu profundo, que hoy como ayer se purifica transmigrando de personalidad en personalidad; que es necesario por lo menos una vez al año salir de sí mismo, para dejar fuera los miasmas que le intoxican, y volver cada uno de nuevo a sí mismo con la perspectiva de quien ha tenido la oportunidad de mirarse desde fuera.
Casi sin darnos cuenta pasamos de Todos los Santos a la Navidad y Nochevieja; y de aquí al Carnaval. Nombro estas tres fiestas y las enlazo porque tienen un denominador común: los disfraces. Y ese denominador común les viene del hecho de que en distintos momentos de la evolución de nuestro calendario, las tres celebraciones correspondieron al Fin de año.
Y de los tres fines de año es el más reciente, el del calendario actual, el que menos recurre a los disfraces, por no haber incorporado aún del todo los ritos que corresponden a este género de celebración. Pero va avanzando en ese camino, como si la fuerza de nuestros ancestros nos arrastrase inexorablemente hacia esos sagrados ritos.
Y siendo materia prima de cualquier rito el culto a los antepasados, era inevitable que en las celebraciones más importantes del año (las que cierran un ciclo y abren otro), fuesen éstos los principales protagonistas. Estamos naturalmente en el culto más primitivo, el familiar, el que en Roma se tributará a los Lares, los dioses del hogar, antepasados muy próximos, cuya leyenda tenía mucho de biográfica. Y un paso más cerca de los Lares, los difuntos más recientes de la familia. En la estructura religiosa de Roma, al igual que en las demás religiones, el primer eslabón del más allá, del mundo superior en cuya cima están los dioses, el primer eslabón son los más próximos antepasados.
Todo este mundo tenía un poder ilimitado sobre el devenir de los vivientes: desde las primeras obras literarias de nuestra cultura, empezando por la Ilíada y la Odisea, lo tenemos claramente ejemplificado. Eran los dioses y diosecillos los dueños de la vida humana. Por eso era impensable despedir un año e iniciar el siguiente sin contar con los artífices y guías más inmediatos de nuestras vidas: los antepasados. No sólo eso, sino que en la formulación ritual de este culto, éstos pasaban a ser los protagonistas, cediéndoles los vivos sus cuerpos para que viviesen y actuasen en ellos durante estas fiestas.
Un simple principio de realismo verosímil y reconocible condujo a acercar todo lo posible la propia figura a la del difunto al que se quería rendir tributo y homenaje cediéndole la propia vida durante esos ritos de renovación y recambio. Se trataba pues de convertirse en otra persona mucho más noble, en general aquella cuyo lugar en la vida se pretendía ocupar. Se esperaba que la más fiel caracterización y la más estricta imitación durante las ceremonias del modelo elegido, obrarían la gracia de investir con la personalidad del difunto al que tales ritos celebraba. Recordemos que a la careta que caracterizaba a los actores, los romanos la llamaban persona y los griegos proswpon (prósopon). Pensemos en la prosopopeya proswpopoiia (prosopoiía) que decían éstos, y que no era más que la caracterización y la representación con personalidades distintas a la propia.
Y resulta que esta inclinación tan ancestral no sólo no se extingue, sino que a través de distintas formas se perpetúa. Tendremos que preguntarnos no sólo por el teatro, sino por el cine también, y por la televisión, y por las demás ficciones de la vida; y por tantos juegos de todas clases que nos ofrecen convertirnos en personas distintas. Y en este momento hemos de preguntarnos cuál es la fuerza que mueve tantísimo Carnaval como prolifera en todo el mundo. Los psicoanalistas, y con ellos los sociólogos, antropólogos y demás estudiosos de la humanidad, nos dirán que se trata de una manifestación de nuestro espíritu profundo, que hoy como ayer se purifica transmigrando de personalidad en personalidad; que es necesario por lo menos una vez al año salir de sí mismo, para dejar fuera los miasmas que le intoxican, y volver cada uno de nuevo a sí mismo con la perspectiva de quien ha tenido la oportunidad de mirarse desde fuera.
EL ALMANAQUE procura dar día a día la información no perecedera que rodea a las grandes fechas del calendario. El Carnaval es una de ellas, e intentaremos seguirlo de cerca.
Artículo extraido de la edición del Almanaque Nº 3037 Miércoles 23 de Enero de 2008
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